La lingüística
comparada
La mod artística del romanticismo
hizo resurgir el interés por la cultura u el pasado de los pueblos y de las
naciones, con sus particularidades. En el terreno lingüístico el romanticismo
influyó en el estudio de los orígenes de las lenguas como expresión del
"alma" o esencia del pueblo. En este contexto, uno de los aspectos
más apreciados será el de las lenguas nacionales como principal expresión del
alma de los pueblos, de ahí el resurgimiento en esta época de abundantes
estudios comparativos, etnográficos y descriptivos relacionados con la lengua.
Las lenguas tienen vida, se quiere saber cómo son, por qué cambian, para qué se
usan realmente, cuál es su origen. Se busca el parentesco entre las distintas
lenguas, las leyes que expliquen las analogías, los elementos comunes y
diferenciales, etc.
El descubrimiento del sánscrito estimuló el
estudio del origen de las lenguas de Europa. En 1786, William Jones asentó la idea del parentesco del sánscrito con el latín, el griego y
las lenguas germánicas (parentesco que ya había sido mencionado previamente por
algunos autores anteriormente, en términos menos elocuentes que los de Jones).
Posteriormente, en 1816, en una obra titulada Sistema de la conjugación del
sánscrito, Franz Bopp demostró
que las relaciones y similaridades entre lenguas emparentadas podían
sistematizarse y convertirse en una ciencia autónoma. Pero esta escuela, con
haber tenido el mérito indisputable de abrir un campo nuevo y fecundo, no llegó
a constituir la verdadera ciencia lingüística. Nunca se preocupó por determinar
la naturaleza de su objeto de estudio. Y sin tal operación elemental, una
ciencia es incapaz de procurarse un método.
El primer error, y el que
contiene en germen todos los otros, es que en sus investigaciones -limitadas
por lo demás a las lenguas indoeuropeas- nunca se preguntó a qué conducían las
comparaciones que establecía, qué es lo que significaban las relaciones que iba
descubriendo. Fue exclusivamente comparativa en vez de ser histórica; pero, por
sí sola, no permite llegar a conclusiones. Y las conclusiones se les escapaban
a los comparatistas, tanto más cuanto se consideraba el desarrollo de dos
lenguas como un naturalista lo haría con el cruzamiento de dos vegetales.
Hasta 1870, más o menos, no se
llegó a plantear la cuestión de cuáles son las condiciones de la vida de las
lenguas. Se advirtió entonces que las correspondencias que las unen no son más
que uno de los aspectos del fenómeno lingüístico, que la comparación no es más
que un medio, un método para reconstruir los hechos.
La lingüística propiamente
dicha, que dio a la comparación el lugar que le corresponde exactamente, nació
del estudio de las lenguas romances y de las
lenguas germánicas. Los estudios románicos inaugurados por Friedrich Diez –su Gramática
de las lenguas romances data de 1836-1838– contribuyeron particularmente a acercar la
lingüística a su objeto verdadero. Y es que los romanistas se hallaban en
condiciones privilegiadas, desconocidas de los indoeuropeístas; se conocía el
latín, prototipo de las lenguas romances, y luego, la abundancia de los
documentos permitía seguir la evolución de los idiomas en los detalles. Estas
dos circunstancias limitaban el campo de las conjeturas y daban a toda la
investigación una fisonomía particularmente concreta. Los germanistas estaban
en situación análoga; sin duda el protogermánico no se conoce directamente,
pero la historia de las lenguas de él derivadas se puede seguir, con la ayuda
de numerosos documentos, a través de una larga serie de siglos. Y también los
germanistas, más apegados a la realidad, llegaron a concepciones diferentes de
la de los primeros indoeuropeístas.
Un primer impulso se debió al
americano William D. Whitney, el autor de La vida del lenguaje (1875). Poco después, se formó una escuela nueva, la de los neogramáticos, liderada
por alemanes. Su mérito consistió en colocar en perspectiva histórica todos los
resultados de las comparaciones, y encadenar así los hechos en su orden
natural. Gracias a los neogramáticos ya no se vio en la lengua un organismo que
se desarrolla por sí mismo, sino un producto del espíritu colectivo de los
grupos lingüísticos. Al mismo tiempo se comprendió cuan erróneas e
insuficientes eran las ideas de la filología y de la gramática comparada
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